Es de comentario habitual que el consumo de alcohol está ampliamente relacionado con la violencia. Quizá debido a que en los casos de violencia con consumo de alcohol los hechos tienen un mayor impacto en la comunicación social. No obstante, es interesante analizar cuáles son las opiniones que se han obtenido a partir de estudios verdaderamente controlados.
Por un lado, aunque el consumo de alcohol está asociado con frecuencia a situaciones de violencia, muchas personas abusan del alcohol, sin que por ello manifiesten un comportamiento violento y también muchas agresiones hacia las mujeres se producen en ausencia de alcohol. (Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, 2012).
Y en el estudio de Gil-González, Vives-Cases, Álvarez-Dardet y Latour-Pérez (2006), se concluye que aunque consumo de alcohol masculino es uno de los factores de riesgo aceptados para la violencia de pareja, sin embargo, actualmente no hay suficiente evidencia empírica para apoyar políticas preventivas basadas en el consumo de alcohol masculino como factor de riesgo en el caso particular de la violencia de pareja.
Como datos tenemos los recogidos por García de Usieto, Mendieta, Cervera y Fernández Hermida (2003) que contienen bastante disparidad, pues oscila entre el 25 y el 60% los casos de violencia doméstica que podrían ser debidos al consumo de alcohol según diversos estudios, mientras que en el I Plan de Acción contra la Violencia Doméstica de 1999, una encuesta entre 20.552 mujeres, en el 26,3% de los casos de maltrato se hace referencia al alcohol como posible causa.
En cuanto al análisis neurobiológico, Higley (2001) en una investigación con primates no humanos ha demostrado que las diferencias individuales de la química del cerebro pueden predecir la impulsividad y la agresión inducida por el alcohol. Al igual que en humanos, los primates con baja actividad serotoninérgica del Sistema Nervioso Central (SNC) exhiben comportamientos Indicativos de control de impulsos deteriorado y agresión sin restricciones. Estos hallazgos sugieren que los sujetos con concentraciones bajas de serotonina pueden tener un riesgo a largo plazo para la violencia mediada por alcohol. Estas diferencias parecen estar asociadas con las experiencias de crianza temprana y se mantienen estables durante toda la vida del individuo. Pero, aunque se piensa que la impulsividad subyace a las tendencias agresivas en los alcohólicos con deficiencia de serotonina, se sabe poco sobre otras cogniciones que están asociadas con déficit de serotonina.
Sean cuales fueran las explicaciones neurobiológica, lo que es constatable es que en las situaciones de violencia doméstica, el consumo de alcohol por el marido o la pareja de hecho, es un factor predictivo de violencia grave sólo en las relaciones con alto nivel conflictivo. E Incluso la creencia de que el alcohol genera agresividad, sirve a veces como disculpa para estos comportamientos y acaba por producirlos. De cualquier forma en las parejas en el que uno de los dos es un consumidor habitual y en cantidad de bebidas alcohólicas, la probabilidad de sufrir actos violentos se incrementa considerablemente, especialmente cuando el consumidor es el varón ya que las creencias del alcohol se igualan al sentido de masculinidad (Pascual, Reig, Fontoba y García del Castillo, 2011).